Es indiscutible que el arduo ejercicio de la abogacía, en detrimento de nuestra vida personal, desempeña una función social. La valiente aplicación del derecho ante los tribunales, nos permite transformar conciencias en aras de un mundo mejor. Se requieren grandes dosis de valor y de formación constante para subirse a un estrado.
La defensa de la justicia desde la verdad y la protección de las víctimas, especialmente los menores, son mis principales objetivos de vida. He encontrado mi vocación de servicio a las causas justas a través de mi trabajo.
No en vano, habida cuenta que soy hija, sobrina, nieta por ambas ramas y bisnieta de médicos, creo que he sabido perpetuar, a nivel profesional, el bagaje abnegado, intelectual, honrado y altruista de mi familia de origen.
No obstante, me siento tremendamente orgullosa de haber avanzado hacia una educación y un trabajo donde la salud emocional y la dignidad no son menos importantes que la inteligencia cognitiva o la sanidad.
Las experiencias, la relación y los principios que los niños adquieren durante su infancia con sus principales figuras de referencia (el padre y la madre), configuran sus futuras relaciones de apego y serán los valores que aporten a la sociedad. Desde el amor propio, la responsabilidad y la bondad nos hacemos respetar.
No puedo obviar mis inicios profesionales, defendiendo el derecho de los menores a una sana relación paterno filial, ni mis 20 años de experiencia en distintos procesos penales/penitenciarios, de familia y de extranjería, en calidad de letrada tanto de padres como de madres; pero tampoco mi experiencia con la maternidad.
Sin perjuicio de mi larga y versátil trayectoria profesional (el abogado vocacional debería llevar de todo para lograr una visión global), el hecho de haber sido madre y de estar divorciada, de mutuo acuerdo, me ha permitido focalizarme en cada asunto con mayor imparcialidad, madurez y empatía.
“El niño nace con amor.... Sin embargo, los padres no le pueden dar amor. Tienen sus propias carencias: sus padres nunca los amaron. Los padres sólo pueden fingir. Pueden hablar de amor. Quizá digan: “Te queremos mucho” pero en sus acciones realmente no hay amor ... ¿Quién se plantea respetar al hijo?. No se considera en absoluto que el niño sea una persona. Al niño se le considera un problema. Si está quieto, es bueno; si no chilla ni hace travesuras, es bueno... Los padres no han conocido el amor...”
... Como no me escuches, como no te comportes bien, te echo de casa. Evidentemente el niño tiene miedo. ¿Expulsado?. ¿A la jungla de la vida?. De modo que empieza a transigir...
... El amor impone condiciones; tal como es, no es digno de ser amado ... Pierde el respeto por si mismo y poco a poco empieza a sentirse culpable ... Ve la ira de sus padres por cosas tan nimias que no puede entender que puedan causar ira...
... Pero tiene que rendirse, tiene que aceptarlo como una necesidad. Poco a poco su capacidad de amar va quedando destruida” OSHO, Aprender a Amar (2009), pág 10, Debolsillo clave.
No recuerdo en qué momento de mi infancia me convertí en abogada, pero debió de ser muy pronto, a la primera humillación.
Deseas que se haga justicia con los demás pero también con tu propia vida.
Cuando te educan en la docilidad y la complacencia, con cierto aliño de impostura, te pasas tu otra media vida desaprendiendo. "Sin piedad la justicia se torna crueldad. Y la piedad sin justicia es debilidad" (Pietro Metastasio).
Toda vez que somos la generación más preocupada por el bienestar afectivo de nuestros hijos, no alcanzo a entender cómo hay tanta desinformación sobre el derecho de los menores a una infancia feliz, incluso de muchos de los operadores jurídicos y psicológicos de la élite que trabajan en materia de familia. Todo profesional que trabaja al servicio de los más vulnerables debería realizarse un trabajo de introspección, intenso, con el fin de romper viejos patrones negligentes de crianza.
Mi reconstrucción personal, a golpe de gran coraje y mayor dolor, me ha permitido ser mejor abogada.
Sofía Maraña